Esta es la continuación del post: http://picantechocolateyquizasvainilla.blogspot.com/2014/03/besos-de-amor-verdadero-i.html
Antes de notar lo que sucedía, de nuevo el contacto había cesado. Estaba allí, aún de pie, sin saber muy bien qué hacer, pero a la vez, sabiendo que lo que tenía que hacer era esperar órdenes. El silencio y la imposibilidad de ver la hacía mucho mas consciente de los demás detalles que la rodeaban: El dulce olor de las velas, la firme tensión de las cuerdas contra su piel, la dureza de la mordaza y la gran cantidad de saliva que estaba produciendo y controlando dificilmente... Sintió un poco de vergüenza al pensarlo: ¡se iba a babear! Al estar consciente de ello, no pudo evitar el movimiento involuntario de intentar poner un poco hacia atrás la cabeza y sorber, pero esto fue una mala jugada. El sonido de la succión le pareció irremediablemente embarazoso, y sintió un calor fuerte invadir sus mejillas, mientras la vergüenza se apoderaba de ella, y por instinto intentó moverse, olvidando por un segundo sus ataduras.
La situación sin embargo aún podía empeorar: La suave risa burlona, un tanto cruel y a la vez tan dulce invadió la habitación, su cerebro, sus sentidos, y tragó grueso al escucharla.
-¡Hahaha, Oh...! -Escuchó el taconeo de los pasos de su acompañante acercándose, y supo que estaba cerca, anhelando una vez mas su contacto- Shh, tranquila, no me molesta que seas una babieca... Te dejaría limpiarte, pero eso quitaría tiempo que prefiero usar observándote.
¡Su olor! ¡Sus palabras! ¡Su actitud! ¿Cómo no adorarla? ¿Cómo no detestarla? ¿Cómo no caer presa de tales encantos, aunque esos significasen una gran alerta de peligro? Jadeó un poco desesperada, tratando de asimilar sus palabras. ¿Se divertía en verla babear? Eso le sonaba extraño, pero no demasiado para lo que ya había aprendido de su compañera. ¿Quién se iba a imaginar que tal chiquilla de apariencia tan inocente tuviese una mente tan retorcida? ¿Quién podría afirmar, al ver su sonrisa de niña pequeña, que esa misma sonrisa era la firma de los más crueles y sexys tratos tortuosos de más de un individuo que había caído en sus manos? Pero a pesar de ello, esas torturas, esa crueldad y esa dulzura, toda ella era un dulce placer. El placer de disfrutar sin pensarlo. El placer de dejarse llevar. El placer de disfrutar de un ángel, un demonio y una mujer, bajo sus reglas, con ataduras físicas, pero bajo el consentimiento propio y sin ataduras mentales.
Las manos frías de su compañera rozaron su costado suavemente, delineando el paso de la cuerda, deslizándose lentamente en un roce que la hizo estremecer, hasta sentir la humedad invadir su entrepierna, y terminaron atrapando sus pezones entre sus dedos, mientras su dulce voz decía en un canturreo infantil.
-Que pechos mas bonitos tienes... ¿Sabrán igual de bien como se ven?... ¡Qué envidia sana te tengo! Si los míos fuesen así de grandes, usaría escotes a diario... -Sus halagos y sus palabras en ese tono cordial, desinteresado, infantil y común, como quien habla del clima, la desorientaban, y no se esperaba para entonces la siguiente sensación que la embargó.
Y es que por doloroso, vergonzoso, increíble o reprochable que fuere, aquella situación lo único que realmente presentaba, entre toda su inverosimilitud e impredecibilidad, era un placer inexplicablemente adictivo, del cual ella se estaba llenando y solo podía sentir más, querer más y pensar menos.
~CONTINUARÁ~
Antes de notar lo que sucedía, de nuevo el contacto había cesado. Estaba allí, aún de pie, sin saber muy bien qué hacer, pero a la vez, sabiendo que lo que tenía que hacer era esperar órdenes. El silencio y la imposibilidad de ver la hacía mucho mas consciente de los demás detalles que la rodeaban: El dulce olor de las velas, la firme tensión de las cuerdas contra su piel, la dureza de la mordaza y la gran cantidad de saliva que estaba produciendo y controlando dificilmente... Sintió un poco de vergüenza al pensarlo: ¡se iba a babear! Al estar consciente de ello, no pudo evitar el movimiento involuntario de intentar poner un poco hacia atrás la cabeza y sorber, pero esto fue una mala jugada. El sonido de la succión le pareció irremediablemente embarazoso, y sintió un calor fuerte invadir sus mejillas, mientras la vergüenza se apoderaba de ella, y por instinto intentó moverse, olvidando por un segundo sus ataduras.
La situación sin embargo aún podía empeorar: La suave risa burlona, un tanto cruel y a la vez tan dulce invadió la habitación, su cerebro, sus sentidos, y tragó grueso al escucharla.
-¡Hahaha, Oh...! -Escuchó el taconeo de los pasos de su acompañante acercándose, y supo que estaba cerca, anhelando una vez mas su contacto- Shh, tranquila, no me molesta que seas una babieca... Te dejaría limpiarte, pero eso quitaría tiempo que prefiero usar observándote.
¡Su olor! ¡Sus palabras! ¡Su actitud! ¿Cómo no adorarla? ¿Cómo no detestarla? ¿Cómo no caer presa de tales encantos, aunque esos significasen una gran alerta de peligro? Jadeó un poco desesperada, tratando de asimilar sus palabras. ¿Se divertía en verla babear? Eso le sonaba extraño, pero no demasiado para lo que ya había aprendido de su compañera. ¿Quién se iba a imaginar que tal chiquilla de apariencia tan inocente tuviese una mente tan retorcida? ¿Quién podría afirmar, al ver su sonrisa de niña pequeña, que esa misma sonrisa era la firma de los más crueles y sexys tratos tortuosos de más de un individuo que había caído en sus manos? Pero a pesar de ello, esas torturas, esa crueldad y esa dulzura, toda ella era un dulce placer. El placer de disfrutar sin pensarlo. El placer de dejarse llevar. El placer de disfrutar de un ángel, un demonio y una mujer, bajo sus reglas, con ataduras físicas, pero bajo el consentimiento propio y sin ataduras mentales.
Las manos frías de su compañera rozaron su costado suavemente, delineando el paso de la cuerda, deslizándose lentamente en un roce que la hizo estremecer, hasta sentir la humedad invadir su entrepierna, y terminaron atrapando sus pezones entre sus dedos, mientras su dulce voz decía en un canturreo infantil.
-Que pechos mas bonitos tienes... ¿Sabrán igual de bien como se ven?... ¡Qué envidia sana te tengo! Si los míos fuesen así de grandes, usaría escotes a diario... -Sus halagos y sus palabras en ese tono cordial, desinteresado, infantil y común, como quien habla del clima, la desorientaban, y no se esperaba para entonces la siguiente sensación que la embargó.
Y es que por doloroso, vergonzoso, increíble o reprochable que fuere, aquella situación lo único que realmente presentaba, entre toda su inverosimilitud e impredecibilidad, era un placer inexplicablemente adictivo, del cual ella se estaba llenando y solo podía sentir más, querer más y pensar menos.
~CONTINUARÁ~
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